miércoles, abril 14, 2010

solitario


Me dejé caer cansado y cómodo a la orilla de la mesa. Respiré profundo y pausado. Luego, preciso y despacio cebé el primer mate amargo. Lo dejé sobre la mesa mientras todavía humeaba y estiré el brazo hasta el mazo de naipes. Las cartas caían una a una sobre la mesa deslizándose sobre un colchón de aire, hasta frenar luego de su corto trayecto. Cuando comenzaban a acomodarse una sobre otra en hileras verticales una idea comenzó a madurar.
Hoy para llegar del trabajo alguien condujo el colectivo por mi. La ropa con la que me vestí por la mañana fue fabricada y diseñada por alguien al que yo no conozco. Lo que desayuné y lo que voy a almorzar fue cultivado, luego transportado, comprado y preparado por otras personas a las que les debo el poder alimentarme. En toda mi vida no he sido capaz de rascarme a donde no llego en mi espalda, proporcionarme un abrazo, darme un beso en la mejilla o susurrar un secreto en mi propio oído. Todos estos son regalos que he recibido de otros. Creer que no los necesito se me hace una irrealidad tan inverosímil como cuando mi hermana creía de chica que a sus muñecas les dolían mis maldades.
Al fin y al cabo los únicos lugares en que estamos solos son el canal de parto y el ataúd. Esos sí son dos lugares diseñados solo para un cuerpo! Y que bueno que el primero lo ocupamos solo un rato y del segundo ni somos conscientes. Entre medio de estos lugares siempre estamos acompañados. Así pensaba que la ilusión de que somos independientes y de que solo nos necesitamos a nosotros mismos, parece no coincidir con la realidad de todos y cada uno de mis días.

Al volver a la mesa, caigo sobre mis cartas y el mate me espera frío. Y mi juego de solitario se queda inconcluso, como mi soledad que ahora parece escena de otro cuento, porque en el que sigue estoy caminando por Santa Fé hacia la parada del 152. Pasan 8 minutos, subo y pido
-Hasta Corrientes y amigos por favor-
-$1,25- me contestan.
Yo, sonrío.

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