domingo, febrero 20, 2011

Un polaco, un argentino y una moldava (1er parte)


Terminé mis estudios en el seminario de teología un caluroso febrero entrerriano hace algunos años. No quería saber más nada del ambiente religioso de mi comunidad, de presiones por parte de mi familia, de apariencias y disimulos que me resultaban agotadores. Deseaba irme y pensé en partir lo más lejos posible. Fue entonces cuando llegué a saber sobre la posibilidad de comenzar mi carrera profesional en Inglaterra dentro de un colegio con alumnos que provenían de distintas partes del mundo. Todos convivían en una especie de internado en el campus de la escuela.


Obtuve mi visa, me aceptaron en el colegio, calculé mis ahorros y fui a comprar el pasaje. Lo adquirí un martes y todavía recuerdo la emoción que sentí cuando salía de la agencia de viajes y sentí el olor del billete que acababa de ser impreso. Era puro aroma a nuevos aires, chau Bs. As.

Al otro día abrí el diario como de costumbre. Un informe a doble página auguraba un futuro negro para la otrora empresa de bandera Brasileña. Varig se acercaba a la quiebra y mis sueños de libertad también. Sería largo explicar como lloré frente a cada empleado de la compañía con el que pude hablar. El último de estos, pienso que entendió mi desesperación como la de alguien que depositaba en este pasaje mucho más que unas vacaciones. Me ofreció una ruta alternativa vía Alemania con conexión por tren hasta mi destino. El viaje me llevaría 31 horas. ¡Para ese entonces no me importaba que lleve seis días! Mis recuerdos de alivio curiosamente se entremezclan hasta hoy con la sensación de asco que sentí mientras sin pensarlo acaricié el reverso de aquel escritorio frente al empleado de Varig y comprobé la asquerosa presencia de secreciones nasales, más conocidas como mocos secos. No quiero saber quien se las arregló para dejar testigos pegoteados de su paso por allí. Desagradable recuerdo para tan agradable noticia.

Pasaron lo días y finalmente viajé. Después de las largas 31 horas de travesía llegué a Stanborough School. Me recibió el jefe del internado y con su acento entre portugués e inglés me condujo de buena manera y manteniendo el espíritu de bienvenida hasta el cuarto que compartiría con un tal Daniel, de origen Polaco que hacía 2 años que trabajaba en la institución. Tras abrirse la puerta con el todavía inolvidable sonido a bisagras secas, lo por primera vez. Apenas levantó la vista desde su escritorio para decir Hello. (continuará)

1 comentario:

Butterfly dijo...

El *continuará* fue muy cruel...pero bien lo merece, aquel que se deja cautivar primero por el relato.