
Él se llama Sergio. Su apellido es de origen indio y tan dificil que no lo recuerdo. A la puerta de su casa autos de lujo se acomodan junto a su Harley Davidson. Me vió mientras caminaba a sacar la basura y me preguntó que hacía... comenzamos a hablar.Sergio con sus 50 años tiene una sonrisa con ventana entre los dos dientes que parece dejarte ver su alma. Gente buena, pero buena en serio. Me escucha y luego me comienza a contar su vida. Ayer drogas, errores, dolor y carcel. Hoy, familia, éxito, ganas de ser la mejor persona que puede ser cada día y de hacer bien. Más de una hora hablando... me despido y encontrarme con él ha sido lo mejor de mi día.
Ella es menuda y arreglada. Simpática y sonriente. Coqueta y fina. Se llama lola y habla un español con acento entre ecuatoriano y americano. Me cuenta de su vida, hasta que yo le comienzo a contar de la mía. Hacía 30 minutos eramos dos desconocidos y yo tocaba a las puertas de madera lustrada en su casa de Texas. Ahora, nos mirabamos de frente y con sus 70 y pico de años (que no se notaban) me habla con un corazón lleno de la sabiduría que le dio la vida. Vivió en Arabia, Alemania, Ecuador, España y ahora USA. En otras palabras y en sus palabras, se veía que realmente había VIVIDO.
Y le escuché sus consejos, y le conté de lo mio... y me sentí a gusto.
El fin de semana siguiente estaba comiendo asado con su esposo, hijos y un amigo que había peliado en la segunda guerra mundial. Hubo historias, anecdotas, risas y cantos al compás de su guitarra. Y Lola me saludó al final de la velada con cariño... Cariño que floreció luego de una tarde compartida sentados a la sombra e ignorando el calor Tejano.
Y hay gente tan buena por allí y por aquí. Y hay gente que te hace tanto bien...
Gracias Sergio, Gracias Lola.