domingo, marzo 23, 2008


/Brasilia, Núcleo Bandeirantes, Zona de Mansões (Lote 14-15), DF/

Medio día, sol completo. Soledad, viento y silencio. Yo corría, el buscaba. Uno escapaba al sobrepeso, el otro al hambre. Uno vivía en la calle de la zona de mansiones, el otro solo en la calle. El que corría a la hora del almuerzo saludó al que revolvía entre lo que otros habían dejado, con el fin de almorzar.

Por un momento los dos se miraron y se regalaron un amable -"Como
vai? tudo bem?"- Sonrisas de por medio, y momento terminado. A la vuelta y todavía al trote, volví a cruzarlo. Ahora él sentado, carrito con lo suyo de lado y diario en mano. Al acercarme nos extendimos la mano y luego del apretón, siguió la charla. Hacía casi el mismo tiempo que ambos habíamos llegado a Brasilia. Noté que en su pobreza no había lamento. Aun era capaz de sonreir.

Me sentí identificado. Ambos habíamos salido buscando, yo paz, él sustento. De alguna manera, ambos estábamos solos y encontramos en nuestra soledad uno que nos acompañaba en nuestro camino. En su apretón de manos, sentí la no vergüenza por su condición. Esas manos que habían estado revolviendo la basura para sobrevivir, ahora se estrechaban en las mías. Me sentí en frente de mi hermano. Eramos iguales, dos que buscaban y que por unos instantes, al costado del camino, compartían un descanso en esta búsqueda que agota en soledad. La charla no fue profunda, no obstante fecunda.

La lección me acompaño todo el día pues Pedro (así era su nombre) no se avergonzó de extenderme la mano en señal de amistad y respeto. Yo me sentí honrado de apretarla, en señal de aceptación y bienvenida.
Me alejé contento de haberlo encontrado.

No creo que ya me recuerdes. Igualmente, gracias Pedro!

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