lunes, marzo 10, 2008

Y yo que no quería volver...


El terrible pecado del hijo se menciona al pasar. El foco de la historia se sitúa en la enorme generosidad del padre. El hijo no fue capaz ni de terminar el discurso tan bien ensayado, practicado y pulido de pesar.


El hijo prodigo con tal de salvar su barco, había arrojado todo por la borda luchando contra la tormenta. Finalmente, decidió volver al puerto del que, ahora entendía, nunca debía haber partido. Es que el mensaje es: en las tormentas de nuestra vida, el Padre nos quiere de vuelta en casa más de lo que nosotros alguna vez podemos desear regresar. Los deseos de recibirnos y amarnos en casa son más fuertes que el mismo poder que ruge en la tormenta.


Si de tormentas y de abandonar el hogar se trata, Juan nos relata la incapacidad de Jesús de ser duro con uno golpeado por las inclemencias de este mundo y también de su capacidad de dar un hogar para el corazón. En Juan (cap. 8), se nos relata como el amor desaforado, apasionado y puro de Jesús, se encuentra con una multitud embravecida y con una mujer semidesnuda. A los primeros les recuerda que su furia no tiene que ver con la mujer, sino con la propia miseria que los angustia con la desesperación del pecado. La multitud no es en nada mejor que la mujer, solo se encuentra vestida. Jesús la desviste, y cuando todos ven la condición de iguales que los hermana en sus harapos con la mujer, dejan las piedras y caminan a casa en silencio.

La mujer está lejos del hogar. Ya no sabe como se siente estar en casa. La suya está destruida. Jesús no demuestra buen juicio ni moderación con ella. No pide (y notemos bien esto, por favor!) un firme propósito de reforma moral. No pregunta si está arrepentida. En cambio, ofrece un nuevo hogar para su corazón, el de la libertad de no sentirse menos que nadie. Ella era igual de pecadora e igual de amada.

Por qué Dios no muestra moderación y sentido común cuando lidia con nosotros? Por qué no se autocontrola un poco… Por qué no tiene un poco más de amor propio y de dignidad! Será posible!? El hijo tal vez merecía unas palabras de reprensión! Y que si volvía a irse con las riquezas del padre otra vez?! Además, qué seguridad tenía Jesús de que la mujer no volvería esa misma noche a los brazos de su amante? Parece que nada de eso le importaba a Cristo. Solo estaba interesado en recibir a estos dos que hacía tiempo habían emprendido un viaje lejos del hogar. Era tan importante la bienvenida, tan emocionante el reencuentro, que nada más importaba…

“Que Dios, quien nos da seguridad, los llene de alegría. Que les dé la paz que trae el confiar en él. Y que, por el poder del Espíritu Santo, los llene de esperanza.” (Romanos 15:13, La Biblia en Lenguaje Sencillo).

Que la seguridad, la alegría, la paz y la esperanza que dejaron sin palabras al hijo en su discurso y que sorprendieron a la mujer a la que Jesús no condenó, te acompañen hoy de la forma en que más lo estés necesitando.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno..realmente...me hizo bien leerte.
Stand Ovation total.